Todo es oscuro en Batman, el caballero de la noche, la nueva película del personaje insignia de DC Comics, una franquicia que ha demostrado una extraordinaria capacidad para ser destruida, renovada, vuelta a descuartizar y regenerada. Y todo de nuevo, otra vez. Ha habido películas buenas, regulares y catastróficas; ha sido serie de TV deliciosamente pop y dibujo animado calamitoso; ha dado lugar a unas páginas gloriosas y a otras olvidables de la historia del cómic. La gloria o Devoto (o, mejor dicho, Arkham Asylum): así son las cosas con Batman.
Pero esta nueva película no es apenas un nuevo eslabón de una larga historia. Es otra cosa: es la media medalla (milagrosa) del personaje. La recuperación desde el título mismo de la idea del dark knight, de ese guardián noctámbulo, acerca el cuento tanto a su nacimiento a fines de la década del 30 como a su refundación de 1986, según las ideas y las tintas de Frank Miller, que imaginó al Hombre Murciélago como un jubilado lóbrego e irresponsable en la extraordinaria serie de historietas El regreso del Caballero Nocturno.
Batman, el caballero de la noche vuelve a reunir al director Christopher Nolan (Memento) con el actor Christian Bale (American Psycho), la misma dupla por detrás de Batman inicia, el film de 2005 que ya había sido saludado como un nuevo comienzo para el personaje (cosa que anunciaba, también, desde su propio título). Lo cierto es que a la vista de esta segunda parte, aquel “inicio” parece más bien un precalentamiento, un partido amistoso, detalle que tiene mucho que ver con el encanto del personaje: sus ciclos no son previsibles, Batman puede renacer cuando ya nadie da por él dos centavos de dólar, puede hacerlo en la segunda película de una serie o en un pequeño tomo de 50 páginas de cuadritos dibujados, perdido entre toneladas de aventuras “oficiales” (Batman/Planetary: noche en la Tierra).
En su reseña de la película (que se estrena el jueves en la Argentina, un día antes que en los Estados Unidos), Richard Corliss, crítico de la revista Time, sintetiza el film en una escena en la que se ve a Bruce Wayne (o Bruno Díaz) vestido con su traje de Batman, encaramado en lo alto de un rascacielos, mirando a Ciudad Gótica allí abajo; de repente da un salto, despliega las alas y se tira en palomita (o en murcielaguito) hacia la noche. “Su trayectoria –arriesga Corliss– es también la del film: traza un descenso hacia una anarquía moral, camino en el que cada uno de los personajes está llamado a tocar fondo. Algunos no habrán de recuperarse jamás, tras haber sido quebrados por el mal o haber encontrado la maldad en ellos mismos, como una infección fatal”.
Los superhéroes, se sabe, son carne de metáfora. Simbolizan todo lo que haga falta: casi cualquier realidad puede ser leída a la luz de los ecos de sus aventuras. Casi siempre son utilizados como prisma para alumbrar cuestiones políticas, conflictos sociales o sirven de caja de resonancia para diversas intimidades. Incluso el Metropolitan Museum of Art de Nueva York le sumó una nueva dimensión a las posibilidades alegóricas de los encapotados con la exposición Superheroes: Fashion and Fantasy, colgada ahora mismo de sus prestigiosos muros, y definida en ese sentido por su curador Andrew Bolton: “Los superhéroes son una metáfora de la moda, ya que comparten una obsesión por el cuerpo, su identidad y la transformación. Constantemente redefinidos y rediseñados de acuerdo con los cánones populares de belleza, ellos personifican lo superlativo”.
Por un lado, allí saltan a la vista las influencias de los superhéroes en los diseños de las firmas top y por otro se patentiza la apropiación que el arte viene haciendo de los héroes de historietas, pero además se va dibujando una geografía casi emotiva del atavío como blindaje para las batallas del día a día, como marca de identidad cotidiana, como refugio.
Hacia allí apunta también el ensayo del escritor Michael Chabon que se incluye en la muestra, un texto titulado “Secret Skin” en el que puede leerse: “En teoría, el uniforme forma parte de una estrategia de ocultamiento. Pero en los hechos a menudo funciona como una suerte de pantalla mágica sobre la que una narrativa reprimida puede ser proyectada. No importa la pericia con la que él o ella oculte sus rastros, la narrativa secreta de la transformación, del renacimiento desde los confines de lo ordinario, está dada por ese atuendo”.
Si los superhéroes en general son capaces de convertirse en metáfora de casi todo, Batman, ese señor que es poderoso sin tener superpoderes, que supo pasar del camp colorido de los 60 a las oscuridades de fines de los 30, y de ahí saltar a las más cándidas de los 80 y de allí reconstruirse asomado a los abismos actuales, responde como ningún otro encapotado a unos ciclos políticos bien definidos. El Batman de Tim Burton se estrenó en junio de 1989, apenas terminado el doble mandato de Ronald Reagan al frente de la presidencia de los Estados Unidos, mientras que éste de Nolan llega al borde de la finalización de otro doble período republicano en la Casa Blanca, el de Walker Texas Ranger Bush.
Tanto la historieta de Miller como esta película de Nolan, presentan a Batman como un personaje de alta complejidad, ora aclamado por el pueblo por reponer el orden en Ciudad Gótica, ora resistido por sus métodos violentos; y al Guasón como una amenaza bastante fácil de leer a la luz de la paranoia post 11-S, un villano convencido de sus actos y sin nada que perder. Son dos personajes que se necesitan, que funcionan en tándem, que pueden sobresalir sólo gracias al otro. En la historieta de Miller hay un psicoanalista de apellido Wolper, que directamente culpabiliza al Hombre Murciélago por los actos de sus enemigos: “Batman es el culpable de los crímenes que combate. El modelo psicótico-sublimado y psicoerótico de Batman es como una red. Los neuróticos débiles se ven arrastrados a corresponder ese modelo. Así, se puede decir que es Batman quien comete los crímenes, usando a los supuestos villanos como proyección narcisista”. Miller lleva tiempo ya anunciando su Holy Terror, una historieta en la que Osama bin Laden amenaza con atacar Ciudad Gótica, para lo que, claro, deberá enfrentarse con la máxima autoridad local, el señor Batman.
Justo ahí se concentran las oscuridades de este Batman: no en la pintura de Ciudad Gótica como una trama mafiosa sin posibilidad alguna de compostura, no en su retrato de la corrupción policial y la desidia política, no en los crímenes del Guasón ni en el carácter sombrío del superhéroe, sino en la naturalidad del cuento y la transparencia de sus resonancias. Un párrafo de la crítica firmada por Justin Chang en Variety, la revista de la industria de Hollywood, deja claro que los Estados Unidos son potencia en muchas cosas, pero no precisamente en materia de superyó: “Astutamente, la película posiciona al Guasón como el equivalente a un terrorista moderno (uno de los múltiples significantes post 11-S), que sólo va a suspender su amenaza sobre los civiles de Ciudad Gótica a cambio de que Batman revele su identidad. El héroe, el jefe de policía y el fiscal incorruptible unen sus fuerzas, pero el Guasón siempre parece ir un paso adelante. La ciudad, vuelta en contra del héroe en el que alguna vez buscó esperanzas, luce más rebelde, más vulnerable, más peligrosa que nunca”.
También allí Batman, el caballero de la noche se transforma en una película grande, tal como lo sigue siendo en el terreno del cómic el Dark Knight Returns de Miller: su oscuridad admite todos los grises de la paleta Pantone y más, no pone nada en blanco sobre negro, molesta, incita, desnuda. Son dos horas y media de entretenimiento perfecto (por el director y su precisión, por un cast disfrutable en cada secuencia, por un personaje que no se gasta nunca), más un rato largo de efectos secundarios: este Batman (lo mismo que el tremendo Guasón de Heath Ledger) no inicia nada; este Batman brillante-mente-oscuro, perturba y encandila.
Las mejores aventuras del Batman moderno en papel. ¡Santas historietas!
Cualquier superhijo de vecina (del Parque Rivadavia, esa hoy vencida Torre de Babel de los cómics) sabe que el arte de andar leyendo las andanzas de un bienhechor wagneriano que se viste de murciélago y subemplea a menores de edad es, como el jazz o el western, un gusto adquirido. Frente a casi setenta años de cronología interna y hectáreas de batiaventuras, otros mundos y un millón de callejones servidos, ¿cuál de los sabores artificiales en que supo transformarse el encapotado de Ciudad Gótica (el anti-Superman, el camp Adam West, el realista y el posmoderno-que-procesa-a-sabiendas-todo-su-pasado-editorial) puede encantar al paladar no familiarizado con el género que le costó la vida a Krypton?
Abandonar el batianalfabetismo implica asumir dos verdades del tamaño de Hulk y responder a una pregunta fundamental…
Verdad 1) Genérica: los superhombres de hoy funcionan gracias al revisionismo canchero y nostálgico del pasado del personaje. Verdad 2) Más cercana a nuestra cruel realidad: ¡la ausencia de ediciones locales y los sobreprecios de las importaciones! Pregunta fundamental: ¿están listos para otra defensa del género y los batilugares comunes que utiliza a la santísima trinidad revisionista de los 80 (las autoconscientes e imprescindibles Batman: año uno, El regreso del Caballero Nocturno y La broma asesina) como excusa para llegar a la conclusión de que “los superhéroes no son sólo para niños”?
¡Claro que no!
Una alfombra roja para el no creyente es El largo Halloween (Norma), obra cumbre de la dupla Jeph Loeb y Tim Sale, que cruza en plan molotov-contra-una-vidriera al equipo titular de archivillanos (Joker y pandilla) con un Batman novato, tatuado por los lápices de Sale como casi ningún otro en la historia del personaje. Puro clasicismo reinventado. En la vertiente lollipop, celebración del Batman naif y diurno de los 50, el must es la reedición en edición de lujo en inglés (que cuenta con varias versiones en castellano) de World Finest: hedonista, un poco exagerada, preciosa en su diseño visual (lápices de Steve Rude) y enamorada (y que busca enamorar) de esas aventuras que salían diez centavos hace ya varias décadas. En el otro extremo cromático, puros blancos y negros, está Batman: blanco y negro, una antología de historias cortas donde los grandes valores del medio (Moebius, Katsuhiro Otomo “el de Akira”, José Muñoz, Neil Gaiman) utilizan como excusa a Batman para demostrar (¡oh, sorpresa!) que el cómic también tiene sello de autor. Para cierre, ¿qué tal un cómic que combine todo aquello que puede hacerse, todo lo que se hizo (batirrepelente de tiburones incluido) y probablemente todo lo que alguna vez se hará con Batman en tan sólo cincuenta páginas?: Batman/Planetary: Noche en la Tierra es el homenaje del guionista Warren Ellis y el dibujante John Cassaday a aquello que convirtió a Batman no sólo en nuestro personaje favorito, sino en un sujeto capaz de darle a Superman la tunda de su vida.
Pero esta nueva película no es apenas un nuevo eslabón de una larga historia. Es otra cosa: es la media medalla (milagrosa) del personaje. La recuperación desde el título mismo de la idea del dark knight, de ese guardián noctámbulo, acerca el cuento tanto a su nacimiento a fines de la década del 30 como a su refundación de 1986, según las ideas y las tintas de Frank Miller, que imaginó al Hombre Murciélago como un jubilado lóbrego e irresponsable en la extraordinaria serie de historietas El regreso del Caballero Nocturno.
Batman, el caballero de la noche vuelve a reunir al director Christopher Nolan (Memento) con el actor Christian Bale (American Psycho), la misma dupla por detrás de Batman inicia, el film de 2005 que ya había sido saludado como un nuevo comienzo para el personaje (cosa que anunciaba, también, desde su propio título). Lo cierto es que a la vista de esta segunda parte, aquel “inicio” parece más bien un precalentamiento, un partido amistoso, detalle que tiene mucho que ver con el encanto del personaje: sus ciclos no son previsibles, Batman puede renacer cuando ya nadie da por él dos centavos de dólar, puede hacerlo en la segunda película de una serie o en un pequeño tomo de 50 páginas de cuadritos dibujados, perdido entre toneladas de aventuras “oficiales” (Batman/Planetary: noche en la Tierra).
En su reseña de la película (que se estrena el jueves en la Argentina, un día antes que en los Estados Unidos), Richard Corliss, crítico de la revista Time, sintetiza el film en una escena en la que se ve a Bruce Wayne (o Bruno Díaz) vestido con su traje de Batman, encaramado en lo alto de un rascacielos, mirando a Ciudad Gótica allí abajo; de repente da un salto, despliega las alas y se tira en palomita (o en murcielaguito) hacia la noche. “Su trayectoria –arriesga Corliss– es también la del film: traza un descenso hacia una anarquía moral, camino en el que cada uno de los personajes está llamado a tocar fondo. Algunos no habrán de recuperarse jamás, tras haber sido quebrados por el mal o haber encontrado la maldad en ellos mismos, como una infección fatal”.
Los superhéroes, se sabe, son carne de metáfora. Simbolizan todo lo que haga falta: casi cualquier realidad puede ser leída a la luz de los ecos de sus aventuras. Casi siempre son utilizados como prisma para alumbrar cuestiones políticas, conflictos sociales o sirven de caja de resonancia para diversas intimidades. Incluso el Metropolitan Museum of Art de Nueva York le sumó una nueva dimensión a las posibilidades alegóricas de los encapotados con la exposición Superheroes: Fashion and Fantasy, colgada ahora mismo de sus prestigiosos muros, y definida en ese sentido por su curador Andrew Bolton: “Los superhéroes son una metáfora de la moda, ya que comparten una obsesión por el cuerpo, su identidad y la transformación. Constantemente redefinidos y rediseñados de acuerdo con los cánones populares de belleza, ellos personifican lo superlativo”.
Por un lado, allí saltan a la vista las influencias de los superhéroes en los diseños de las firmas top y por otro se patentiza la apropiación que el arte viene haciendo de los héroes de historietas, pero además se va dibujando una geografía casi emotiva del atavío como blindaje para las batallas del día a día, como marca de identidad cotidiana, como refugio.
Hacia allí apunta también el ensayo del escritor Michael Chabon que se incluye en la muestra, un texto titulado “Secret Skin” en el que puede leerse: “En teoría, el uniforme forma parte de una estrategia de ocultamiento. Pero en los hechos a menudo funciona como una suerte de pantalla mágica sobre la que una narrativa reprimida puede ser proyectada. No importa la pericia con la que él o ella oculte sus rastros, la narrativa secreta de la transformación, del renacimiento desde los confines de lo ordinario, está dada por ese atuendo”.
Si los superhéroes en general son capaces de convertirse en metáfora de casi todo, Batman, ese señor que es poderoso sin tener superpoderes, que supo pasar del camp colorido de los 60 a las oscuridades de fines de los 30, y de ahí saltar a las más cándidas de los 80 y de allí reconstruirse asomado a los abismos actuales, responde como ningún otro encapotado a unos ciclos políticos bien definidos. El Batman de Tim Burton se estrenó en junio de 1989, apenas terminado el doble mandato de Ronald Reagan al frente de la presidencia de los Estados Unidos, mientras que éste de Nolan llega al borde de la finalización de otro doble período republicano en la Casa Blanca, el de Walker Texas Ranger Bush.
Tanto la historieta de Miller como esta película de Nolan, presentan a Batman como un personaje de alta complejidad, ora aclamado por el pueblo por reponer el orden en Ciudad Gótica, ora resistido por sus métodos violentos; y al Guasón como una amenaza bastante fácil de leer a la luz de la paranoia post 11-S, un villano convencido de sus actos y sin nada que perder. Son dos personajes que se necesitan, que funcionan en tándem, que pueden sobresalir sólo gracias al otro. En la historieta de Miller hay un psicoanalista de apellido Wolper, que directamente culpabiliza al Hombre Murciélago por los actos de sus enemigos: “Batman es el culpable de los crímenes que combate. El modelo psicótico-sublimado y psicoerótico de Batman es como una red. Los neuróticos débiles se ven arrastrados a corresponder ese modelo. Así, se puede decir que es Batman quien comete los crímenes, usando a los supuestos villanos como proyección narcisista”. Miller lleva tiempo ya anunciando su Holy Terror, una historieta en la que Osama bin Laden amenaza con atacar Ciudad Gótica, para lo que, claro, deberá enfrentarse con la máxima autoridad local, el señor Batman.
Justo ahí se concentran las oscuridades de este Batman: no en la pintura de Ciudad Gótica como una trama mafiosa sin posibilidad alguna de compostura, no en su retrato de la corrupción policial y la desidia política, no en los crímenes del Guasón ni en el carácter sombrío del superhéroe, sino en la naturalidad del cuento y la transparencia de sus resonancias. Un párrafo de la crítica firmada por Justin Chang en Variety, la revista de la industria de Hollywood, deja claro que los Estados Unidos son potencia en muchas cosas, pero no precisamente en materia de superyó: “Astutamente, la película posiciona al Guasón como el equivalente a un terrorista moderno (uno de los múltiples significantes post 11-S), que sólo va a suspender su amenaza sobre los civiles de Ciudad Gótica a cambio de que Batman revele su identidad. El héroe, el jefe de policía y el fiscal incorruptible unen sus fuerzas, pero el Guasón siempre parece ir un paso adelante. La ciudad, vuelta en contra del héroe en el que alguna vez buscó esperanzas, luce más rebelde, más vulnerable, más peligrosa que nunca”.
También allí Batman, el caballero de la noche se transforma en una película grande, tal como lo sigue siendo en el terreno del cómic el Dark Knight Returns de Miller: su oscuridad admite todos los grises de la paleta Pantone y más, no pone nada en blanco sobre negro, molesta, incita, desnuda. Son dos horas y media de entretenimiento perfecto (por el director y su precisión, por un cast disfrutable en cada secuencia, por un personaje que no se gasta nunca), más un rato largo de efectos secundarios: este Batman (lo mismo que el tremendo Guasón de Heath Ledger) no inicia nada; este Batman brillante-mente-oscuro, perturba y encandila.
Las mejores aventuras del Batman moderno en papel. ¡Santas historietas!
Cualquier superhijo de vecina (del Parque Rivadavia, esa hoy vencida Torre de Babel de los cómics) sabe que el arte de andar leyendo las andanzas de un bienhechor wagneriano que se viste de murciélago y subemplea a menores de edad es, como el jazz o el western, un gusto adquirido. Frente a casi setenta años de cronología interna y hectáreas de batiaventuras, otros mundos y un millón de callejones servidos, ¿cuál de los sabores artificiales en que supo transformarse el encapotado de Ciudad Gótica (el anti-Superman, el camp Adam West, el realista y el posmoderno-que-procesa-a-sabiendas-todo-su-pasado-editorial) puede encantar al paladar no familiarizado con el género que le costó la vida a Krypton?
Abandonar el batianalfabetismo implica asumir dos verdades del tamaño de Hulk y responder a una pregunta fundamental…
Verdad 1) Genérica: los superhombres de hoy funcionan gracias al revisionismo canchero y nostálgico del pasado del personaje. Verdad 2) Más cercana a nuestra cruel realidad: ¡la ausencia de ediciones locales y los sobreprecios de las importaciones! Pregunta fundamental: ¿están listos para otra defensa del género y los batilugares comunes que utiliza a la santísima trinidad revisionista de los 80 (las autoconscientes e imprescindibles Batman: año uno, El regreso del Caballero Nocturno y La broma asesina) como excusa para llegar a la conclusión de que “los superhéroes no son sólo para niños”?
¡Claro que no!
Una alfombra roja para el no creyente es El largo Halloween (Norma), obra cumbre de la dupla Jeph Loeb y Tim Sale, que cruza en plan molotov-contra-una-vidriera al equipo titular de archivillanos (Joker y pandilla) con un Batman novato, tatuado por los lápices de Sale como casi ningún otro en la historia del personaje. Puro clasicismo reinventado. En la vertiente lollipop, celebración del Batman naif y diurno de los 50, el must es la reedición en edición de lujo en inglés (que cuenta con varias versiones en castellano) de World Finest: hedonista, un poco exagerada, preciosa en su diseño visual (lápices de Steve Rude) y enamorada (y que busca enamorar) de esas aventuras que salían diez centavos hace ya varias décadas. En el otro extremo cromático, puros blancos y negros, está Batman: blanco y negro, una antología de historias cortas donde los grandes valores del medio (Moebius, Katsuhiro Otomo “el de Akira”, José Muñoz, Neil Gaiman) utilizan como excusa a Batman para demostrar (¡oh, sorpresa!) que el cómic también tiene sello de autor. Para cierre, ¿qué tal un cómic que combine todo aquello que puede hacerse, todo lo que se hizo (batirrepelente de tiburones incluido) y probablemente todo lo que alguna vez se hará con Batman en tan sólo cincuenta páginas?: Batman/Planetary: Noche en la Tierra es el homenaje del guionista Warren Ellis y el dibujante John Cassaday a aquello que convirtió a Batman no sólo en nuestro personaje favorito, sino en un sujeto capaz de darle a Superman la tunda de su vida.
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