sábado, 23 de junio de 2007

Juliette Binoche


"No me considero una de las grandes mujeres de Francia: George Sand, Marguerite Duras y Simone de Beauvoir, ellas sí lo son". Modestia a cargo de una de las actrices que, aun a pesar suyo, el tiempo sabrá ubicar entre las más distinguidas de la rica cultura de su país. Si es que ya no lo hizo, porque no es ninguna novedad que su carrera estuvo vinculada siempre con el buen cine de autor. Basta con decir que su primer protagónico estuvo apadrinado por Jean-Luc Godard en Yo te saludo, María (1985), film en el que hacía las veces de Virgen María; o con mencionar Apasionados (André Techiné, 1985), La insoportable levedad del ser (Philip Kaufman, 1988), Los amantes de Pont-Neuf (Leos Carax, 1991) o Una vez en la vida (Louis Malle, 1992). Basta con rememorar alguno de los magníficos fotogramas de Blue (1993), el primer eslabón de la personalísima trilogía del polaco Krzysztof Kieslowski, que más tarde daría a luz Blanc (1994) y Rouge (1994) -Juliette lideró la primera entrega y participó de las otras dos-... ¿Qué actriz en su sano juicio no quisiera ostentar semejante currículum?... Y sin embargo ella ha hecho de la sensatez un culto: "Si una estrella es alguien que ilumina, puedo ser entonces una de ellas. Pero si una estrella es alguien que corre detrás del dinero y de las tapas de las revistas, prefiero no serlo, me parece una enfermedad".

Acento francés, estilo europeo, indócil para los estereotipos, difícil de americanizar; así es Juliette. De aquí la sorpresa cuando se descubrió en el escenario del Kodak Theatre empuñando el Oscar que la Academia le tenía reservado por su actuación en El paciente inglés (Anthony Minghella, 1996): "No tengo ningún discurso preparado. Pensé que se lo llevaba Lauren [Bacall, contricante de rubro]", alcanzó a decir tímidamente.

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